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viernes, 4 de diciembre de 2015

Una Noche en la Obra

                                                                        I
Todo en la obra parecía una jornada de trabajo normal, excepto por  una especie de niebla que había en la misma. Cada cual con sus tareas. El de seguridad vigilaba y registraba quien entraba en la obra. Unos ponían ladrillos. Esos de allí, que llevan cables de un lado para otro, son los chispas. Los cuatro gruistas transportaban sin parar los materiales desde el suelo a las plantas superiores y de un lado para otro. Entraban en la obra diversos camiones de distinto pesaje y descargaban el material de construcción. Los de más allá, que parecían sombras a causa de la niebla, encofraban un último edificio de los cuatro que se estaban levantando. Por último y para que el cuadro fuese completo, llegó a la obra, tarde como siempre, el equipo de montadores de andamios. La entrada en escena del trío de calaveras fue como de costumbre, llegaron buscando a grito pelado al encargado de la grúa del primer edificio.

-¡Gruista, gruista! ¡Después del almorzar necesitamos que nos subas el material a la azotea!, ¡tan sólo serán tres o cuatro viajes!-gritó uno de los montadores.
-Aún no habéis llegado y ya os vais a almorzar, ¡en fin, no tenéis remedio! Después de que almorcéis os hago los viajes,¡ahora dejarme en paz! -les contestó de mala gana el gruista.

                                                                   
                                                                          II
De vuelta a la obra, ya con el buche lleno, los montadores  fueron otra vez en busca del gruista. No lo encontraron. Ahora era él quien se había ido a almorzar. De los tres, el peón, se quedó abajo embragando las cargas para cuando el grúa volviese. El oficial de segunda y el jefe de equipo subieron por las escaleras las quince plantas hasta al terrado. Tenían que montar dos torres metálicas para que los pintores pudiesen trabajar en una especie de chimeneas que coronaban la azotea del edificio.

El gruista llegó de almorzar pasada la media hora, y el peón ya tenía preparadas las cuatro cargas. Se pusieron manos a la obra. El gruista tomó el control de la grúa mientras el peón le indicaba a gritos y por señas donde dejar el gancho de la grúa. Los otros dos montadores esperaban impacientemente en la azotea del edifico.

-¡Alto, alto, no bajes más el gancho! ¡Para, para! ¡Vamos gruista, despierta, para arriba que ya está enganchado el primer viaje! -gritaba el peón del trío de montadores.
-¡Cojones, qué no me llamo gruista, me llamo David! 
-¡Pues venga David, para arriba con el primer viaje! 

En total eran cuatro los viajes que tenían que subir a la azotea, Uno de largueros y diagonales, otro de marcos, varias sacas con material diverso y un paquete de chapas. Ya habían subido tres y se disponían a subir el cuarto y último paquete de chapas. El joven peón se despidió del gruista y empezó a subir las quince plantas hasta el terrado.


                                                                            III
Estaba el gruista subiendo el último paquete a los montadores cuando hizo acto de presencia la jefa de obra y fue a pararse justo debajo de la carga. No habría alcanzado la carga los veinte metros de altura cuando ¡quiso Dios! que una fuerte ráfaga de viento hiciese balancear la carga hasta dar con uno de los salientes del bloque,  golpeó tan fuerte con el mismo que parte de la carga se soltó y cayó al vacío. El oficial de segunda que lo presenciaba desde el terrado se desgañito gritando:

-¡Cuidado, cuidado, apartaros de ahí abajo!; ¡fuera, fuera, largo de ahí! 

Nada, la jefa de obra seguía hablando por teléfono y no se enteró de los gritos. Parte de la carga se precipitaba sin remisión sobre la jefa de obra y se iba a producir una terrible desgracia cuando de repente un sonido en principio lejano y cada vez mas cercano empezó a sonar. Era un sonido familiar -¡Tititi, tititi, tititi, tititi!

Era el maldito despertador. El muchacho se despertó sudando y asustado aún por la pobre jefa de obra. Abrió bien los ojos y  pronto se dio cuenta de que todo había sido una horrible pesadilla. Se levantó, se vistió, se lavó la cara y se fue a trabajar. Le esperaba una dura jornada de trabajo montando andamios.

                                                                   FIN DEL SUEÑO


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